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Celebrando un cuento de hadas

Por: Pepe Segura (Pepe – Se)

Hoy sólo escribiré una glosa, y me referiré al discurso poético del presidente Varela en la hermosa terraza de la Cancillería de Panamá. Les ruego que me comprendan y que lo lean con una pizca de magia.

Como nada mejor que un cuento de hadas, orgullosamente y con la frente en alto alzó su voz para describir la peor patada al trasero que le hallan dado a alguien en la vida política de este país. Todo fue encanto y sudor, mezclado con sentimientos de «no sé que hago aquí» describiendo con ahínco y tenacidad que se fue para no ser parte de un ex Gobierno corrupto que anteponía los intereses de ellos a los del pueblo.

Se habló de las flores de la justicia y en tono burlesco hizo énfasis en la libertad del sistema judicial, sin recordar, que sus nombramientos pusieron en la Presidencia de ese mismo órgano a un monigote crecido que lleva en su cabeza infinitas denuncias y estreñidas reprimendas periodísticas.

Como un Steve Jobs planificando, describió cómo su Gobierno se ha comedido en la realización de las promesas de campañas; emplazó a sus empleados a reforzar esa forma de gobierno en donde la lentitud desmedida por un temor infundado por quienes son participe de esas tomas de decisiones, demoran de manera intrigante y a veces preocupante el avance de un país que lamenta actualmente que llevemos semejante estigma por los próximos años.

En su discurso resaltó, de manera publicitaria, la dignidad de una pobre mujer que fue vulgarmente despedida cuándo salió este señor, con la frente en alto, diciendo NO a la corrupción. Las palabras fueron necias y los oídos sordos al escuchar la frase de la dignidad publicitada. Fue despedida por ser miembro de otro partido, como si eso no se hiciera cada cinco años.

No sé si quería exaltar el triunfo de una mujer que pudo salir adelante con su familia y que es digna de admirar o tapar con una mentira que al llegar al poder ellos mismos botaron hasta a los perros muertos del cementerio.

Preocupado por el porvenir, indicó a toda voz y sin temblor, el típico emblema perrediano, sin querer decirlo, «Jueguen vivo», que cuando venga el próximo Gobierno, van a tener que rendir cuentas. Los rostros de preocupación y suspiros estresante de los asistentes rompió el silencio sepulcral de la oscura noche en donde se hacía gala de una inmaculada vestimenta digna de un entierro presidencial.

Empecé describiendo el discurso como un cuento de hadas y termino experimentando una sensación de fastidio constante al ver y oír como podemos ser capaces de tan desmedido descaro. Creo que estamos acostumbrándonos al no querer oír y al mirar hacia otro lado, simplemente por razones egoístas y a veces complacientes por nosotros mismos.

En todos los cuentos de hadas las maravillas asombran y dejan al espectador ilusionado con la historia narrada, con amor y mensajes llenos de amistad y cariño. Estoy muy seguro que quien escribió dicho discurso y el interpretador del mismo son fervientes  creyentes de que este cuento es una realidad fehaciente.

 

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